Tardé más de un año para finalmente probar un pancho en
Argentina porque no me antojaba ni un poco la idea de comer un pan seco con salchicha,
que es como generalmente se come el hot
dog acá. La cuestión era, ¿por qué una persona acostumbrada a los hot dogs de
Brasil querría comer eso?
Así que un día Javi hizo el anuncio: me llevaría a comer un pacho que me iba a gustar
de verdad. Yo le creí y fuimos. Nunca me olvido, era un sábado, habíamos salido
al mediodía para caminar por el
microcentro, paseamos por Florida, doblamos en Lavalle y… bueno, ahí estaba el
Gringos.
Los panchos de Gringos están lejos de ser como los enormes
hot dogs brasileños, pero tampoco son un simple pan con salchicha y kétchup. En
la carta hay distintos tipos de panchos, que llevan nombres de países y las
salsas y demás ingredientes hacen referencia al país en cuestión. No estoy muy
segura, pero creo en mi primera vez en Gringos me comí un brasileño y un alemán
(son necesarios por lo menos dos para llenarse). El brasileño es más o menos
parecido al que hacemos en casa en Brasil, con salsa de tomate, choclo, arvejas
y papas pay. El alemán lleva unas cosas medio raras, como repollo morado y
pepinillos. La combinación no parece tener mucho sentido, pero les juro, es increíblemente
rico.
En ese mismo día decidí que en los meses siguientes iba a
probar todos, dos a la vez, y terminé mi odisea hace algunos días. Todos son
riquísimos, pero no debo volver a comer el mexicano y el chileno, porque ambos
llevan tanta pimienta que mi cara se puso colorada y se choreaba agua de mi
nariz y ojos. A mi encanta el picante, pero son medio zarpados en picante.
El lugar es para comer al paso, o sea, comprás tu pancho y salís
caminando mientras lo comés, o lo comés parado, apoyado en una de las barras y luego tirás todo a la basura, decís chau al tipo que te armá el pancho y te vas. No es un
ambiente cool para quedarse haciendo
la sobremesa, lo que a mí me parece perfecto, porque probablemente es lo que
mantiene los precios accesibles y mi alma contenta.
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