Un bar

Conozco a un par de bares en Buenos Aires, algunos realmente muy buenos, pero nunca me había sentido así al entrar en uno. Un bar. Un maldito bar. ¿Por qué carajos me quedé tres días en estado de éxtasis porque fui a un bar? Ya lo intentaré explicar.
Se llama Uptown. Se inauguró hace pocos meses en la zona que la gente cool nombra"Palegiales", porque está en el final de Palermo, casi principio de Colegiales.
Colegiales, mi barrio. O sea, además de todo, queda cerca de mi casa. Desde que Javi y yo vimos una foto del lugar en el día de su inauguración, nos quedamos medio obsesionados con conocerlo. Así que un sábado nos arreglamos y fuimos.
La experiencia ya arranca en la entrada: es la entrada de un subte de Nueva York. Nunca estuve en un subte en Nueva York, pero ya estuve muchas veces en el subte porteño, y la única diferencia me pareció la limpieza, ya que obviamente la entrada del bar no va a ser insalubre como una estación cualquiera. Bajás por la escalera, caminás por un pasillo oscuro con "publicidades" en las paredes y finalmente llegás a los molinetes, por donde generalmente pasás tu tarjeta de transporte público. Menos mal que ahí no hacía falta, porque yo como siempre no tenía saldo en la SUBE (y también porque 90% del público cheto del bar siquiera la tiene). Entonces pasás por el molinete (sin la SUBE 😃), entrás en un vagón, salís del vagón y finalmente vas a acceder al bar. ¡Y qué bar!
Iluminación blanda, mesitas de madera con sillones rojos, una barra con algunos pocos bancos altos y una estante de vidrio gigante con botellas de todas las bebidas que existen en el planeta. En el costado derecho están los baños, con un hall graffiteado, además de un estudio de tatuajes y una farmacia, que en realidad son otros ambientes del bar. En el otro costado está la salida.
Comer en Uptown es una tarea que exige dedicación. Si no sos una celebridad mediática, vas a tener que gastar unos largos minutos (quizás horas) de tu día intentando llamar al lugar para reservar una mesa para una noche de sábado del mes que viene, que es cuando probablemente habrá mesas libres. Pero si solo querés tomarte un trago, podés acercarte sin problemas. Si llegás temprano, a las 20:30, cuando el bar abre sus puertas, podés conseguir sentarte en uno de los bancos de la barra. Sino, tomás parado en algún rincón.
Los tragos no son baratos, pero reconozco que ya tomé otros aún más caros en lugares con mucho menos onda, así que vale la pena. La mayoría de los tragos son de autor, o sea, combinaciones que solo encontrás ahí, pero algunos clásicos, como el Old Fashioned, igualmente forman parte de la carta.
Javi y yo dejamos ahí aproximadamente $1.100, incluyendo la propina, y tomamos tres tragos cada uno. Y hablando en propina, si bien acá es una actitud prácticamente obligatoria, mucha gente no suele dejarla en la barra (los brasileros principalmente). Pero en Uptown queda casi imposible no dejarles unos billetes. Los bartenders tienen tanto estilo, son tan lindos, talentosos y concentrados en lo que hacen que cuando te das cuenta ya sacaste unos mangos de la billetera y los metiste en el frasco de tips.
Nuestro próximo plan es ir para comer, pero como tenemos una larga lista de bares para conocer en un ritmo muy despacio, no sabemos cuando va a pasar.

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